Consideremos siempre el poder de nuestras palabras sobre los demás. Una líder que admiro alguna vez me dijo "no hay palabras inocentes".
Sus efectos como ondas se extienden en el tiempo y hacia otras personas sin que lo notemos.
En nuestras palabras transmitimos no solamente intenciones, sino nuestros valores y creencias.
Más importante aún, transmitimos la perspectiva que tenemos sobre la vida, sea de posibilidades o de limitaciones.
Por eso debemos ser conscientes y responsables no solo del qué decimos sino el cómo, el cuándo, el dónde, el por qué y a quién le decimos las cosas.
Si queremos una mejor comunicación, sin importar el canal, consideremos que nuestros mensajes sean siempre:
Claros; preguntando a los demás si entendieron lo que queríamos transmitir y explicando cualquier duda que hayamos generado.
Concretos; buscando siempre ir a lo esencial evitando palabras rebuscadas o divagar para respetar nuestro tiempo y el de otros.
Considerados; viendo siempre por el respeto hacia los demás incluso en momentos de tensión como llamar la atención o la gestión de una crisis.
Coherentes; estructurando nuestra comunicación de forma ordenada y relacionando causas con efectos; separando hechos de interpretaciones.
Constructivos; buscando siempre un aporte a la mejora continua y aprendizaje tanto de nuestro receptor como de nosotros.
De esa manera estaremos ejerciendo nuestra comunicación de manera estratégica siempre sirviendo a un objetivo y generando un impacto positivo.
Cadena de publicación 171/216
Imagen de Sasin Tipchai en Pixabay
Comments