Estoy releyendo y disfrutando la edición en español de Discipline is Destiny de Ryan Holiday.
Después de sumergirme en ejemplos brillantes de nuestro potencial para autogobernarnos de forma efectiva, valoro mucho más este concepto.
Recuerdo de mi padre el valor de la disciplina.
La práctica de deportes reforzó ese concepto en mí.
La universidad y mi responsabilidad estudiando lejos de mi familia me enseñó a vivir la disciplina de forma temprana.
En el trabajo, con mi familia, con mis amigos, hoy veo que la disciplina acompaña muchas cosas buenas en nuestras vidas.
La disciplina es un tema de vida o muerte de hecho.
Es la frontera entre el crecimiento sostenido o el estancamiento que llevará a la irrelevancia.
Es el contraste de luz y de sombra que determina la altura que alcanzará nuestra vida.
La disciplina es nuestro gran aliado para que nuestros sueños trasciendan la fantasía para volverse grandes realidades.
Por su poder y capacidad de impacto, la disciplina nos pide un precio importante que en todo sentido vale pagar: Nuestro compromiso consistente y comprometido. La disciplina no nos pide perfección sino persistencia para que cuando fallemos en una jornada, tengamos el valor de recuperarnos y retomar la senda.
Y entre más abracemos su poder, más veremos los frutos que nos da para descubrir cada día nuestra mejor versión.
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Imagen de Alan Estifen Garcia Escobar en Pixabay
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