La mejor prueba de efectividad en tu trabajo no tiene que ver con velocidad o con el cuidado de tus actividades. Estos elementos son condiciones mínimas esperadas para que puedas competir con los demás. La velocidad sin calidad generará descuidos con impacto reputacional y retrabajos costosos. La calidad sin velocidad será inoportuna para cazar oportunidades en un mundo cada vez más impaciente.
La semana pasada escuché con atención comentarios que me permitieron entender donde está el mayor halago que puede recibir un profesional. Busca que tu entusiasmo sea contagioso y genuino. La forma importa tanto como la selección del producto o servicio que llevará el cliente. El entusiasmo que enmarca la actitud con la que abordamos al cliente es la magia para generar experiencias. Se pueden imitar productos y servicios en los atributos o políticas. Pero no se puede replicar el poder de un compromiso que tiene conectado la mente y el alma de un colaborador. Cuando un cliente reconoce a un colaborador por su energía y su cordialidad, significa que tenemos a un embajador de marca en la empresa. Un colaborador así no solo debe ser reconocido; debe ser un caso de estudio documentado para entender su inspiración y despliegue de capacidades.
Además de trabajar para inspirar por medio de la actitud; vale la pena trabajar no por el resultado numérico o de indicador de desempeño. Vale la pena trabajar por el impacto en la vida del cliente. Podemos estar atentos a preguntar o a escuchar de manera espontánea. ¿Cómo le dimos un nuevo conocimiento o capacidad? ¿Cómo lo ayudamos a resolver un problema de manera más integral? Si vemos que el cliente además de estar satisfecho con los atributos de nuestro producto mejora su vida en uno o más sentidos, estamos causando el impacto que se puede convertir en nuestra historia de éxito. Buscar estos dos elementos; la mejor forma de entregar valor y su impacto transversal es la mejor medida de nuestro éxito.
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